A Huevos Guey
Oaxaca, México 2007
Fue mi sexto taller seguido en Oaxaca durante los Días de los Muertos. La noche antes mientras viajaba desde Veracruz hacia Oaxaca estaba febricitante, pero dentro de mi sentía fuerte la fe de tener que ir. Como dicen aquí en México: A huevo guey ¡!!. No hubiera podido ser de otra forma.
Lorenza y Francesca vinieron al taller con muchas dudas y con miedo de no estar a la altura. Les pregunté si tenían suficiente confianza en mi y consigo mismas, el hecho de ser inexpertas jugaba a su favor. Y fue así!
Mientras mirábamos detenidamente sus portafolios, les evidencié los aspectos que no funcionaban en cada foto y a cuales cosas tenían que prestar más atención.
Cada día estuvimos afortunados de ver momentos mágicos ovillándose delante de nosotros.
Durante cada sesión de edición, podía ver como cada estudiante estaba afilando su propia mirada.
Han pasado dos semanas desde el ultimo día del taller, cuando con el mismo amor y dedicación de siempre, junto a mis estudiantes, sentados alrededor de la mesa, decidimos cuales eran las imágenes que habían logrado capturar la esencia de aquellos diez días intensos y inolvidables.
Al fin de la mañana las fotografías seleccionadas estaban ahí delante de nuestros ojos excitados. Fue conmovedor ver como, una vez más, Francesca y Lorenza, las dos principiantes, habían tomado un grande paso hacia delante: sus mejores fotos eran fuertes y comprometidas como aquellas de los estudiantes con mayor experiencia.
Baron, en su tercer taller, no podía creer a sus ojos mirando sus imágenes poderosas y intimas a la vez.
En Ecuador, le había aconsejado de sustituir su lente zoom con una óptica fija de 35mm. Como no me entendió por completo el trajo un 50mm a esta nueva aventura. Fue una bendición: logró acercarse mucho más a sus sujetos, pero más allá de esto, logró atrapar algunos momentos sencillos, conmovedores y cargados de emociones.
Tom que había estudiado junto a mi en Santa Fe, había venido al taller para encontrar inspiración y guía. Trabajó duro, logró superar algunos problemas técnicos y también logró captar fotográficamente algunos instantes íntimos y profundos.
Entre los recuerdos que siempre quedaran dentro de mi uno brilla un poco más: aquella mágica noche en el cementerio de Atzompa cuando, improvisamente, sentí de verdad que los muertos, con su espíritu, estaban compartiendo el mezcal juntos a nosotros, celebrando el amor y la pasión que sentíamos; estaban ahí festejando aquellos encuentros inesperados y sorprendentes, fuertes y irracionales que son una parte tan importante de nuestra existencia. EB