Cartagena
Cartagena de Indias, Colombia 2002
Entre el 9 y el 15 de Octubre del 2001, fui a Cartagena de Indias, Colombia a dictar un taller organizado por la Fundación Iberoamericana de Nuevo Periodismo. En el avión iba organizando mentalmente la estructura que le iba a dar a este nuevo encuentro con 15 fotógrafos latino americanos. Me gustaba mucho la idea que los fotógrafos habían sido escogidos de distintos países como piezas de un gran mosaico. También me daba mucha alegría que por fin esta vez, gracias a mi insistencia en los últimos tres años, la fundación me había concedido una semana completa en lugar de los acostumbrados y encogidos cinco días. Contento de estas jornadas extras, pensaba cómo las iba a compartir con mis nuevos alumnos. Confieso que jamás pensé que este taller se iba a convertir en mucho más que un simple encuentro fotográfico. Creo que todos coincidimos que desde el arranque se respiraba un aire especial, había una química inusitada, una energía que nos llenaba a todos y nos impulsaba a emprender el trabajo con muchas ganas. Exigí que cada fotógrafo escogiera un tema especifico y que lo profundizara sin desvíos ni distracciones. A pesar que algunos tenían dudas y un cierto miedo a enfrentarse a un único tema, acostumbrados, y yo diría casi obligados, por el oficio cotidiano a fotografiar muchas asignaciones diarias, todos eligieron su sujeto sin vacilar.
Rodrigo, de Costa Rica, iba a seguir los niños de la calle; Moisés, de Guatemala, iba a concentrarse en el fútbol juvenil; Cecilia, de Perú, en las mujeres boxeadoras; Grace, de México, en el barrio marginal Nelson Mándela; Rafael, también de México, en la vida de un joven discapacitado; Martín, de Argentina, en la escuela de restauración; William, de Colombia, en un hospital psiquiátrico; Manuel, también de Colombia, en los vendedores ambulantes; Jenny, de Salvador, en los pescadores; Ramón, de Venezuela, en las murallas españolas que rodean la ciudad antigua; Oscar, el tercer colombiano, iba a dedicarse a retratar personajes callejeros más o menos famosos; mientras José y Julio de Brasil iban a documentar un grupo de baile. Por ultimo, Alfredo de Argentina y Javier de México escogieron fotografiar la vida cotidiana en una cárcel de mujeres. También yo, fascinado por el tema, decidí fotografiar esta realidad detrás de las rejas.
A medida que llegaban los contactos y que cada cual ayudaba a escoger sus mejores fotos, me di cuenta que el nivel fotográfico era bastante alto y a pesar de algunos fracasos iniciales todos se habían puesto a trabajar con ahínco y mucho esmero. Rodrigo desapareció por dos días para ganarse la confianza de los niños y Javier, vencido el miedo inicial, me decía como le gustaba regresar cada día a la cárcel a tratar de atrapar sutiles matices de la existencia de 45 mujeres.
Cada noche, de vuelta en el hotel, seguían las conversaciones acerca de las fotografías y de los fotógrafos que impactaron nuestras vidas. Lindas discusiones espontáneas nos daban la oportunidad de conocernos mejor no solamente como fotógrafos sino también como seres humanos. Pero el verdadero elemento que nos amalgamó en un grupo compacto no tuvo nada que ver con la fotografía. Fueron los aguerridos encuentros nocturnos de polo acuático que sellaron nuestra amistad, el respeto mutuo . Al final tuvimos el privilegio de organizar una exposición de la cárcel adentro de la cárcel. Invitamos a todo el grupo del taller y a Jaime, José Luis y Ricardo de la Fundación. Las reclusas nos ayudaron a colgar las fotos en un pasillo donde entraba una luz muy tierna. Jamás se me olvidara el pobre Alfredo sudado, asediado por una muchedumbre de mujeres deseosas de ver las fotos que el muy cabalmente estaba repartiendo. Algunos jugaron voleyball con las muchachas, yo hasta bailé champeta – un contagioso ritmo caribeño que nació en Cartagena.
La esencia de lo aconteció en estos siete días inolvidables lo resume estas dulces palabras que Rodrigo me escribió de regreso a San José: Mi esposa me dice que yo estoy un poco raro y en realidad es que me siento diferente. Nunca me imaginé que un taller me pudiera ayudar tanto en todos los aspectos. Muchas veces el trabajo del periódico puede volverse rutinario y uno como profesional y ser humano desea un cambio, un espacio que lo haga detenerse y pensar atentamente que está haciendo y para donde se dirige .El convivir con personas de tanto nivel profesional y personal me llenó sumamente. Las frases que usted dijo en el taller me llegaron en el profundo del alma”: “para ser buen fotógrafo, primero se debe ser buen ser humano” y “se debe vivir para la fotografía y no vivir de la fotografía”. EB